viernes, 18 de octubre de 2013

Maestros del Horror 15: "Family" de John Landis


     Como muchas de las obras que hasta el momento nos ha entregado Maestros del Horror, la segunda incursión del director John Landis para este programa, posee más de una lectura.  A su vez corresponde a una ácida mirada a la supuesta sociedad perfecta estadounidense (o mejor dicho, a su ideal de familia como núcleo comunitario).  Para saber más acerca de este señor, los invito a leer una pequeña síntesis de su trabajo en este enlace.
     Tal cual es habitual en su filmografía de horror, Landis nos vuelve a impactar con una historia donde mezcla la truculencia con un humor negro que muchas veces cae en el absurdo.   Todo gracias a una trama basada en un guión original para este mediometraje, en el cual se muestra lo que sucede cuando un matrimonio joven y sin hijos (ambos profesionales, jóvenes, atractivos y gentiles, o sea, el epítome de lo que se espera de toda familia moderna “publicitaria”) se cambia a una nueva vecindad y entra en confraternidad con uno de sus vecinos; su nuevo amigo en apariencia se ve como un cincuentón de actitud campechana, alguien de quien supuestamente no habría por qué sospechar, no obstante desde los primeros minutos de la historia, el espectador sabe que el hombre es un psicópata.  Por lo tanto el confiado matrimonio se encuentra en peligro y el curso de los acontecimientos va en la expectación ante qué pasará si estos dos descubren la verdad y/o el psicópata logra salirse con las suyas.
     El episodio comienza de forma magistral: la cámara se mueve ilustrándonos parte de un vecindario perfecto típico estadounidense (lindo, limpio y lleno de áreas verdes), para luego detenerse en una casa, a la que entra; su interior también se ve perfecto, prácticamente acogedor, pero es en su sótano donde de forma simbólica se esconde (y oculta) el verdadero corazón del lugar y que en todo caso no se muestra de inmediato.  El momento en el que se revela la actividad del dueño de casa, resulta más que sorpresivo: es chocante.  La escena es acompañada por una alegre melodía popular, que contrasta con lo que está sucediendo oculto a la mirada de los vecinos (acompañamiento musical que se repetirá en otros momentos de manifestación de la locura del personaje).
      En cuanto a la casa misma donde habita el psicópata, si bien ésta se presenta como un hogar digno para vivir a gusto, esconde además de lo que sucede en el sótano, la llamada “habitación favorita” del asesino: un lugar estancado en el tiempo y que remite a los “ingenuos” años cincuenta (sitio que por supuesto el dueño de casa no muestra a sus pocos visitantes, puesto que en él da rienda suelta a sus fantasías de tener una familia modelo).
      La apariencia del psicópata de turno (recordemos que en la primera temporada Larry Cohen ya había abordado a estos personajes tan caros al género y de forma bastante original) resulta ambivalente: por un lado se ve casi patriarcal, pero pacífico, gracias a su rostro sonrosado y cuerpo abultado; pero a la vez esta condición suya, al poseer un cuerpo que cae en una monstruosa obesidad, es fiel reflejo de sus apetitos insanos.  Landis además permite al espectador realizar un recorrido alucinante a la mente desquiciada de su psicópata, de modo que es posible contemplar lo que éste ve y escucha, de modo que se puedan comprender en parte sus aberrantes crímenes (no obstante ello no tiene la intención de ser una humanización del personaje, si no más bien que forma parte del elemento caricaturesco de éste, así como viene a ser parte del discurso crítico de esta obra, al mostrarnos esta parodia del modus vivendi gringo).
     En cuanto al joven matrimonio que deber vérselas con su aparente buen vecino, es ensalzado en una primera instancia  como una pareja dulce, ingenua y cuyos dos integrantes no pueden ser mas hermosos, en contraposición con quien bien sabemos que es un monstruo humano; a su vez estos dos guardan su propio secreto: la muerte trágica de su única hija.  No obstante a medida que la historia llega a su clímax, marido y mujer descubren su verdadero rostro y ello bien ejemplifica aquello de “vemos caras, pero no corazones”.  La gran revelación del final de este capítulo puede entenderse de muchas formas: por un lado como una manifestación más de esa idea tan “gringa” de que la justicia misma puede justificar el uso de la violencia (incluyendo la tortura) y de la cual bien sabemos que su gobierno aprueba sin mayores resquemores; por otro lado, presenta el antiguo tema de la venganza, que en todo caso va de la mano con el “ojo por ojo” del código legal de Hamurabi (otra vez la ley y la justicia, pero esta vez en un plano mucho más visceral); por último, la inesperada confrontación del desenlace, no deja de llevarnos a la reflexión de que todos nosotros por muy civilizados y sofisticados que seamos, si la ocasión lo permite, no vacilamos en sacar a flote la bestia irracional que llevamos dentro.
     El título de esta pequeña joyita está más que claro entonces: al mostrarnos las dos versiones de una familia idealizada (la del psicópata por un lado y la de la joven pareja por otra), Landis confirma lo que ya muchos de sus compatriotas con acidez han preconizado en tantas ocasiones a través de películas y series de TV.  El estereotipo de la familia ideal estadounidense es solo una ilusión, puesto que si escarbamos dentro de ella, encontramos las mismas miserias que en cualquier otra parte del mundo.

     Por último, este episodio fue estrenado originalmente el 3 de noviembre de 2006 en USA.

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