viernes, 26 de agosto de 2016

Ten cuidado con lo que deseas.


     Esperé más de media vida para poder tener y leer la novela a la cual me referiré ahora (al escribir estas líneas cuento con cuarenta y un años de edad) y siendo sincero, de puro tonto no la adquirí antes.  Teniendo en cuenta cuánto me atraen los vampiros (dentro de la ficción, claro), todo lo que me gusta el personaje del vampiro Lestat y lo placentero que encuentro leer a Anne Rice y en especial a sus Crónicas Vampíricas, la última ocasión en la que me encontré con este libro a precio muy barato, no dudé en pagar el bajo pecio; pues ya en el pasado dos veces desistí de comprarme la edición en tapa dura, “pecado de omisión” del cual me arrepiento.  Fue así que más o menos a principios de mayo, iba de compras por una feria y ahí estaba el libro en una bastante usada versión de bolsillo, esperándome para que me lo llevara.        
      Teniendo en cuenta que largos años habían pasado desde que me leí por primera vez los tres que le anteceden a El Ladrón de Cuerpos, la cuarta entrega de esta famosa saga (publicada en 1992), me decidí a repasar esos otros tomos para gozar mejor aún la experiencia  de la lectura de las aventuras y desventuras de su antihéroe Lestat.  Como ya se habrán dado cuenta, quienes han leído mis entradas dedicadas a estas tres primeras entregas, reencontrarme con este vampiro y sus compañeros ha sido por completo gratificante para mí. Tempus fugit, pues dichas novelas me han acompañado durante buena parte de este 2016.
       Entre diecisiete y dieciocho años tenía cuando supe de la existencia de estas obras y de su autora, justamente gracias a la recordada revista Fangoria, que llegaba en su edición en español a este lejano punto del mundo algo desfasada.  Recuerdo que una entrevista a la Rice debido a la publicación de este texto, acaparó mi atención por completo (debe saberse que de una de sus secciones, la dedicada a las ya “viejas” ediciones en VHS de filmes del género, saqué el nombre de este blog).  Mucho ha pasado desde entonces y mis primeros encuentros con Lestat y los suyos ahora son a través de otros ojos, la de alguien que si bien no ha perdido el sentido de la maravilla, puede llegar a dimensionar mejor estéticamente el peso de esta obra literaria.
       Tras el anterior preámbulo, comencemos de una vez…
     El libro se llama en inglés The Tale of the Body Thief y trata acerca de lo que le toca vivir a Lestat, tras encontrarse con un extraño sujeto que le ofrece algo único: intercambiar por un periodo de tiempo acordado entre ambos, sus respectivos cuerpos; de este modo una vez hecha tal cosa, el inmortal volverá a sentir lo que significa ser un humano, tras tantos años como chupasangre, mientras que el otro usará a su antojo la carne sobrenatural del vampiro.  La oferta resulta más que tentadora, ya que al principio del volumen nos enteramos de que Lestat ha caído en el mismo tedio propio de los suyos, en especial de quienes llevan más tiempo que él sobre la Tierra (siglos y milenios).  De este modo llegamos a asistir a sus propios deseos y actos suicidas; no obstante como Lestat se ha vuelto, quizás, el más poderoso de su especie, ya nada puede infringirle daño permanente, razón por la cual la propuesta, viene a ser la respuesta a sus intenciones de recuperar la humanidad perdida (aunque sea por un breve tiempo).  No obstante nada es fácil en este mundo, ni siquiera para alguien como él, y lo que parece una simple aventura se transforma en una dura prueba para el protagonista.
     Teniendo en cuenta la crisis moral y de conciencia por la que pasa Lestat, significativas vienen a ser sus palabras cuando en más de una ocasión, dice lo que sería su lema durante este periodo de su no-vida:

      “Somos una visión sin revelación.  Somos un milagro sin sentido”.

     La anterior cita concierne a la imagen que tiene acerca de su especie y de sí mismo, idea derrotista propia de alguien con depresión, un suicida o un nihilista puro.  Por esta misma razón, el ahora cabizbajo Lestat debe tener su propia epifanía para dejar de lamentarse, como antes sucedió con su amado Louis.
     Durante todo lo que concierne al presente capítulo en la no-vida de Lestat, este viene a ser apoyado por quien sería su único amigo, no uno de los suyos, sino que un mortal: David Talbot, un anciano de más de setenta años, nada menos que el director de la Talamasca, el grupo de estudiosos de lo paranormal que fueron introducidos dentro de la serie a partir de La Reina de los Condenados, el título anterior a este; pues dicha novela terminó con una muy especial visita a David por parte de Lestat y ahora en las primeras páginas de este cuarto tomo, nos enteramos de que entre ambos ha nacido una muy entrañable amistad, algo que en sus casi doscientos años de existencia el vampiro nunca antes había disfrutado con tal grado de intimidad.  En este sentido la cercanía entre dos almas, que llegan sin duda a complementarse de forma tan estrecha, pese a sus claras diferencias, resulta ser un precioso detalle por cuanto se aborda por primera vez el tema de la amistad incondicional en estos libros (teniendo en cuenta en todo caso, que ya en El Vampiro Lestat existe una fraternidad entre el protagonista y otro sujeto, pero aquella se encuentra viciada, a diferencia de esta otra lejos más virtuosa).  Por otro lado, no deja de haber su grado de homoerotismo entre los personajes, tema habitual en la narrativa de la Rice, sin embargo ello no es lo principal a la hora de evaluar el sentimiento entre los dos personajes, quiénes en realidad no se aman como amantes, sino como pares.
     David (cuyo apellido de seguro debe ser un homenaje de la escritora, al recordado hombre lobo de las películas clásicas de la Universal, Lawrence Talbot) viene a ser sin dudas el verdadero coprotagonista de la historia.  Ello debido a la importancia que toma en la narración, siendo que cumple el papel como su único apoyo en las duras pruebas que le toca pasar, una vez que el intercambio de cuerpos se efectúa.  Debe saberse que David es un hombre apuesto, quien para nada representa su edad y que ello no deja de causarle atracción a su amigo.  Talbot es culto, inteligente, amable, paciente, refinado y leal, además de guapo;  la suma de las virtudes que parece apreciar en un hombre alguien como Lestat y por eso mismo confía en él más que en nadie, de toda la gente que ha llegado a conocer y a amar.
     Si de homenajes vamos a hablar en lo que concierne a los grandes clásicos del terror, la Rice se permite mencionar de manera directa a dos grandes maestros del género, colegas suyos, que le antecedieron a la hora de crear historias memorables de espanto sobrenatural: Howard Phillips Lovecraft y Robert Bloch.  Pues al tomar la escritora algunos de sus relatos como referencias literarias, respecto al tema del intercambio de cuerpos, deja en evidencia no solo su respeto por ellos, si no que la calidad inspiradora de estas narraciones de “la vieja escuela”. De igual manera cobra vital importancia la magna obra de Goethe, Fausto, con lo que quedan de manifiesto los temas de la tentación, la debilidad del espíritu y la carne, una vez más el del deseo de la inmortalidad y, como no, el de la redención.
     En contraposición a David, se encuentra otro inglés, Raglan James,  también alguien de edad avanzada y que es quién le ofrece este trato mefistofélico, a un Lestat agobiado por la pérdida de una razón para seguir en este mundo.  Conociendo la debilidad del vampiro por la belleza, Raglan se acerca a este en el cuerpo de un joven de enorme atractivo físico, a quien el hechicero le ha quitado su carne; por esta razón y la conducta en general de James, luego Lestat se referirá a él siempre como el Ladrón de Cuerpos, el artífice de este una vez más nuevo interesante episodio dentro de sus memorias.  El codicioso y rastrero Ladrón de Cuerpos viene a ser todo lo que sería alguien como David, si tal careciera de un sentido del honor y escrúpulos. 
      Una vez que Lestat consigue su propósito de sentirse humano nuevamente, se da cuenta de que ese viejo adagio que dice ten cuidado con lo que deseas es cierto; por otro lado también aprende un montón de lecciones, que para un inmortal como él deberían tomarse como verdaderas certezas de que nadie es infalible, ni siquiera los más poderosos.  El camino de tormentos, entre pequeños y otros más complejos, por el que pasa este renacido Lestat, se hace sabroso al lector. De igual modo permite que tanto el protagonista, como nosotros mismos, lleguemos a apreciar lo que tenemos y lo que significa estar vivos; también no es posible tomar conciencia acerca del valor de los demás, por el solo hecho del significado de la vida misma.

      “-¡Vamos, basta ya de tanta locura y debilidad! -Enfilé hacia el pasillo oscuro, pero de repente se me dobló la pierna derecha y me deslicé pesadamente; la mano izquierda patinó sobre el piso para amortiguar el impacto; la cabeza chocó contra la chimenea de mármol, y sentí una súbita explosión de dolor cuando el codo golpeó también contra el mármol. Con gran estrépito se me cayeron encima los implementos para el fuego, pero eso no fue nada. El golpe en el codo me había tocado el nervio y el dolor era un fuego que me subía por todo el brazo. Me di vuelta boca abajo y aguardé un momento que me pasara el dolor. Sólo entonces tomé conciencia de que la cabeza me latía por el golpe contra el mármol. Levanté una mano y sentí entre el pelo la humedad de la sangre. ¡Sangre! Ah, qué bueno. A Louis le haría mucha gracia, pensé. Me puse de pie y el dolor se trasladó al costado derecho de la frente, como si fuera un peso que se corría desde adelante. Para afirmarme, me sostuve del borde de la chimenea. Una de las numerosas alfombritas de la habitación yacía en el piso a mis pies. La culpable. La pateé para sacarla del camino, giré sobre mis talones y con sumo cuidado me encaminé al pasillo. Pero, ¿adónde iba? ¿Qué pensaba hacer? La respuesta me llegó de improviso. Tenía la vejiga llena, el malestar era mayor desde el momento de la caída. Tenía que orinar. ¿No había un baño ahí abajo, por alguna parte? Encontré la llave de la luz y encendí la araña del techo. Durante un largo instante contemplé las diminutas lamparitas -alrededor de veinte- y comprendí que eso era bastante luz, con independencia de lo que me pareciera a mí, pero nadie había dicho que no pudiera encender todas las lámparas de la casa. Eso me propuse hacer. Crucé el living, la pequeña biblioteca y el pasillo del fondo, y todas las veces la luz me desilusionaba. No podía desprenderme de la sensación de oscuridad, y lo borroso de las cosas me desorientaba y alarmaba un tanto. Por último subí lenta, cuidadosamente la escalera, temeroso de perder el equilibrio en cualquier momento y tropezar, disgustado con el dolor sordo que sentía en las piernas. Unas piernas tan largas. Miré hacia abajo por el hueco de la escalera y quedé azorado. Aquí uno se puede caer y matar, me dije”.

       Dentro de las nuevas vivencias del personaje principal, se pueden mencionar dos sin querer caer en el spoiler, respecto a lo que ello viene a significar para este y el aspecto atractivo que puede tener para el público: Primero y a un nivel más curioso, viene a ser la aparición de la primera mascota en centurias de Lestat, nada menos que un perro, que responde sin dudas al viejo tema del compañero canino fiel y hasta heroico, algo inesperado en una novela de este tipo.  La relación entre el inmortal y el animal, viene a ser todo un agregado dentro de las  Crónicas Vampíricas, por cuanto humaniza aún más a estos seres, capaces de los actos de amor más emotivos dentro de esta literatura (así como también de realizar las acciones más egoístas y horrendas, como símbolos de nuestra propia humanidad). 
       Siguiendo con lo expuesto en el párrafo anterior, luego nos encontramos con otro objeto amoroso dentro del corazón de Lestat, una mujer y con quien este llega a entablar un verdadero romance bastante emotivo.  Se trata de una historia de amor condenada desde ya al fracaso, de connotaciones míticas y/o legendarias (si no basta con recordar tantos casos de amor trágico a lo largo de la literatura oral y escrita), algo que bajo la pluma de Anne Rice se aleja de la cursilería y se convierte en una preciosa pieza dentro de esta saga.  El verdadero acto de amor y/o de aprendizaje sentimental, que significa el encuentro entre estos amantes, contrasta sin dudas con la violencia y dureza de la primera experiencia sexual (también con una fémina) del Lestat hecho hombre otras vez.
      Las siguientes citas textuales evidencian lo afirmado.  Primero la cuasi violación descrita en la novela

     “-Espera un momento -me pidió.
     -¿Esperar qué? -Me subí sobre ella, la besé de nuevo, hundí más la lengua en su boca. Nada de sangre. Ah, qué blanca. No hay sangre. Mi miembro se introdujo entre sus muslos calientes, y en ese momento casi me sale el chorro. Pero todavía faltaba.
    -¡Dije que esperaras! -gritó, con las mejillas coloradas-. Tienes que ponerte un preservativo.
     -¿Qué diablos dices? -murmuré. Entendía el significado de las palabras pero no les encontraba sentido Estiré la mano hacia abajo y palpé la abertura húmeda, jugosa, que me pareció deliciosamente pequeña. Me gritó que la soltara y me empujó con ambas manos. Estaba enrojecida, hermosa por la indignación, y cuando me quiso apartar con la rodilla, me dejé caer sobre ella. La penetré con el miembro y sentí esa carne tierna, caliente y estrecha que me envolvía, que me dejaba sin aliento.
      -¡No! ¡Basta! ¡Te dije que no! -vociferaba. Pero no podía parar. Cómo diablos se le ocurría pensar que era momento para hablar de esas cosas, me dije medio enloquecido hasta que, en un momento de espasmódico entusiasmo, acabé. ¡Brotó rugiente semen del miembro! Un momento antes, había sido la eternidad, y al siguiente ya: había terminado todo, como si no hubiera empezado nunca. Quedé tendido encima de ella, exhausto, por supuesto empapado en sudor, levemente disgustado por lo pegajoso que había sido todo y por sus alaridos de terror”.

      Y ahora parte del pasaje más bien romántico (si  bien no exento de erotismo) en el que, por supuesto, también interviene Lestat.

     “-Confía en mí -murmuré-. No te haré daño.
      -Pero es que quiero que me hagas daño -me dijo al oído. Con mucha suavidad le quité el grueso camisón. Quedó acostada boca arriba, mirándome, sus pechos hermosos como toda ella, las aureolas de los pezones muy pequeñas y rosadas, y los pezones mismos, duros. Su vientre era suave, sus caderas anchas. Una encantadora sombra de pelo marrón entre las piernas, reluciendo a la luz que se filtraba por las ventanas. Me incliné y besé ese pelo. Besé sus muslos, separé sus piernas con la mano, hasta que se abrió a mí la carne tibia del interior, y sentí mi miembro rígido, preparado. Contemplé su lugar secreto, cubierto, púdico, y un rosa oscuro en su tierno velo de plumón. Una excitación aguda me recorrió, endureciendo más mi miembro. Podía haberla forzado, tan urgente era la sensación que me inundaba. Pero no, esta vez no. Subí, me puse a su lado, le di vuelta la cara y acepté sus besos, lentos, torpes, inexpertos. Sentí su pierna apretada contra la mía, sus manos sobre mí, buscando la tibieza de mis axilas, el húmedo pelo inferior de ese cuerpo de hombre, oscuro, grueso. Era mi cuerpo, y estaba listo para ella, a la espera. Fue mi pecho lo que tocó, aparentemente complacida con su dureza. Mis brazos, los que besó como si valorara su fuerza. La pasión que había en mí disminuyó levemente, pero al instante volvió a crecer, luego se apagó de nuevo, y una vez más aumentó. No vino a mi mente ninguna idea de beber sangre; nada que tuviera que ver con la pujante vida de ella que en otra época yo podía haber consumido. Por el contrario, el momento estuvo perfumado con el suave calor de su cuerpo viviente. Y me pareció una bajeza que algo pudiera dañarla, que algo pudiera arruinar su misterio elemental, el misterio de su confianza, de su anhelo, de su miedo profundo y también elemental. Deslicé mi mano hasta la puertita; qué pena que esa unión fuera a ser tan parcial, tan breve. Después, cuando mis dedos tantearon el virginal pasaje, el fuego dominó su cuerpo. Sus senos se hincharon contra mí, y la sentí abrirse, pétalo a pétalo, al tiempo que su boca, dura, se pegaba contra la mía. Pero, ¿y los peligros? ¿No la inquietaban? Parecía despreocupada en su pasión, totalmente bajo mi dominio. Hice un esfuerzo para detenerme, abrir el sobrecito y envolver mi órgano con la pequeña funda, mientras sus ojos pasivos seguían clavados en mí, como si ya no tuviera voluntad propia. Era esa entrega la que necesitaba, la que su propio ser se exigía. Una vez más me puse a besarla. Estaba húmeda, lista para mí y no podía contenerme más, y cuando me subí sobre su cuerpo, noté el estrecho pasaje ceñido, caliente y enloquecedor, bañado en sus propios jugos. Vi que la sangre subía a sus mejillas y el ritmo se aceleraba; incliné mis labios para lamer sus pezones, para reclamar nuevamente su boca. Cuando dejó escapar el gemido final, fue como un gemido de dolor. Y ahí estaba otra vez el misterio: que algo pudiera ser tan perfecto, consumado, y haber durado tan poco, un instante invalorable. ¿Había sido unión? ¿Nos fusionamos uno con el otro en el clamoroso silencio? No creo que haya sido unión. Por el contrario, me pareció la más violenta de las separaciones: dos seres opuestos que se arrojaban en brazos uno del otro, en celo, torpemente, desconociendo los sentimientos insondables del otro, una vivencia de dulzura terrible como su brevedad, de una soledad hiriente como su innegable fuego”.

     Significativo resulta ser entonces que las dos únicas veces en las que tiene sexo Lestat, mientras se encuentra “atrapado” en un cuerpo mortal, sea con una dama y no con un hombre (recordemos que Lestat tal como él mismo le dice a su amigo David, a quien también desea, “siempre ha amado indistintamente a hombres y mujeres”).  Pues si antes de volverse vampiro nunca ejerció violencia contra hombre o mujer, luego ya inmortal provocó la muerte de miles de personas de ambos géneros, ahora de nuevo humano experimenta de otra manera el poder que se tiene tras la dominación de alguien. De este modo su conocimiento del mal, así como del bien ahora se completa en que ha llegado a ser como hombre culpable de la vejación a una mujer (y por pura estupidez, que tras leer el pasaje completo bien es posible darse cuenta que no hay dolo en su acto) y luego cuando por deseo mutuo se entrega a la intimidad con alguien más, aprende lo que significa amar de verdad a una dama.   Por ende, nos encontramos con que así como su bestialidad carnal es motivada por una fémina, es la presencia de otra la que llega a salvarlo física y espiritualmente de las necesidades que lo llevaron a este particular viaje suyo.
     A diferencia del tomo anterior, lleno de interesantes vampiros (entre viejos conocidos y otros debutantes), aquí solo aparece Louis, quien por cierto no se encuentra en su mejor momento en lo que concierne a su fraternidad con Lestat.  Pues su conducta para con este, deja más claro que nunca las diferentes personalidades de ambos, ya que Louis otra vez vuelve a quedar representado como un sujeto melancólico y hasta flemático, en vez del colérico-sanguíneo que es Lestat.  Esta separación de temperamentos entre ambos, provoca los primeros conflictos entre los dos desde los acontecimientos de Entrevista con el Vampiro.  Asimismo vuelve a aparecer Claudia, la niña-vampiro que sin duda viene a ser uno de los mejores personajes de la saga y quien lleva alrededor de un siglo muerta (o más bien dicho, desde que fue “destruida”, pues para convertirse en chupasangre antes tuvo que morir como humana).  Sin embargo su regreso es a través de una serie de sueños y alucinaciones que llega a tener Lestat, relacionadas todas con sus sentimientos de culpa y el enorme peso de su existencia, lo que luego lo lleva a pasar por las vivencias ya mencionadas y muchas otras más.
      Como es habitual en la narrativa de la Rice, abundan en las páginas de esta novela los momentos de suma belleza literaria, en especial en lo que concierne a los diálogos de los personajes.  Al respecto, debe recordarse el interés de la autora por el arte de sus precursores, ensalzando en varios momentos de su trabajo, por ejemplo, al ministerio de la música.  Pues esta vez le toca a la pintura ser homenajeada a través de sus palabras y es así que en esta obra se nos regala con un bello pasaje, digno de la más pura teoría del arte y de la apreciación estética hecha poesía:

     “Creo que, de joven, Rembrandt vendió su alma al diablo. Fue un acuerdo sencillo. El diablo le prometió convertirlo en el pintor más famoso de su época, y le envió hordas de mortales para sus cuadros. Le concedió fortuna, le dio una hermosa casa en Amsterdam, una mujer y luego una amante, porque sabía que a la larga se iba a quedar con el alma del pintor.
     Pero el encuentro con el diablo cambió a Rembrandt. Después de ver pruebas tan innegables de la existencia del mal, se obsesionó con la pregunta: "¿Qué es el bien?". Rastreó en el semblante de sus sujetos su divinidad interior y, azorado, creyó ver la chispa de esa divinidad en los hombres más indignos.
     Fue tal su destreza -compréndeme, por favor, que la destreza no la obtuvo del diablo sino que la tenía de antes-, que no sólo vio esa bondad sino que pudo pintarla; pudo dejar que su conocimiento de ella, su fe en ella, afluyera en toda su obra.
    Con cada retrato que hacía, iba penetrando más y más hondo en la gracia y bondad del ser humano. Comprendió la capacidad de compasión y sabiduría que habita en toda alma. A medida que continuaba, su destreza iba en aumento; el fogonazo del infinito se volvió cada vez más sutil; su índole, más particular; y más grandiosa, serena y magnífica cada una de sus obras.
    Ninguno de los rostros que pintó eran de carne y hueso. Eran semblantes espirituales, retratos de lo que hay dentro del cuerpo del hombre o la mujer; visiones de lo que era esa persona en su momento más sublime, en qué estaba destinada a convertirse.
     Por eso es que los comerciantes de la Corporación de los Pañeros se asemejan a los santos más antiguos y sabios de Dios”.
        
      El sublime texto continúa un poco más en el libro, pero dejo al posible futuro lector que descubra por su cuenta cómo termina este relato que le cuenta Lestat a David.
      Adelantando los eventos del quinto libro de la saga, Memnoch el Demonio, en un momento de la narración, bastante intenso e intrigante, David le confiesa a Lestat  una extraña experiencia de su juventud y en la cual durante uno minutos pudo ver y oír, nada menos que a Dios conversando con el Diablo.  De tal modo, tras quedar de manifiesto desde la primera entrega de la colección de que no existían estos ambos, al menos según el conocimiento de los vampiros más antiguos, se abre la puerta para el debate teológico y que la Rice lo aborda con su acostumbrada originalidad para tratar rancios temas.  Es así que con ello,  introduce acá una interesante ficción acerca del motivo de la creación del hombre y el origen de la caída de los servidores de Lucifer (la narración del humano bien recuerda a un formidable capítulo de la serie de TV Millenium, de su segunda temporada- Somehow, Satan Got Behind Me-, en el que Frank Black reconoce a tres demonios “disfrazados” de ancianos, de modo que uno puede preguntarse si ello es solo casualidad o un tributo y/o inspiración de la obra “riceana”).
      Las vicisitudes de Lestat en lo que concierne a su antagonista en esta obra, terminan con gran impacto, incluyendo un inesperado efecto en la vida de David.  Pues a ello le sigue un largo capitulo a manera de epílogo, el cual llega más o menos al centenar de páginas y donde vuelven a suceder otros hechos de bastante peso dramático.  Ello por supuesto viene a ser relevante para el futuro de las Crónicas Vampíricas.

Las portadas de los cómics lejos me gustan mucho más que la de los libros.

2 comentarios:

  1. Si tuviera que elegir leer UN SOLO libro de esta saga, sin duda sería este. Se ve, por las citas que has agregado, que está muy bien trabajado. Aunque sigue sin gustarme el hecho de que tenga capítulos tan largos, como ese epílogo de 100 páginas que mencionas. ¡Muy buen análisis, Elwin!

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    1. La verdad es que la saga me encanta y pretendo continuarla el año que viene, que el quinto tomo que ya estoy leyendo será el último al que le dedicaré tiempo por ahora. Gracias por ser quien deja el primer comentario en este post que me ha sido tan especial escribirlo.

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