sábado, 16 de diciembre de 2017

Disfrutar una vez más del talento de un maestro (segunda parte).



    Travesuras de la Niña Mala (2006) es la versión de Mario Vargas Llosa de lo que sería una novela romántica, no en el sentido de la literatura propia de la primera mitad del siglo XIX cultivada en Europa, Estados Unidos y Latinoamérica en aquellos años (con personajes extremadamente sensibles), si no en cuanto a que aborda en su argumento el romance entre sus dos personajes principales.  En pocas palabras, trata acerca de la historia de amor entre dos personas que abarca nada menos que 4 décadas en sus vidas, a lo largo de un montón de ciudades en todo el mundo, el que como bien sucede en la vida real no las tiene fácil para que sus dos protagonistas puedan ser felices juntos.  De este modo en dicha obra, el autor aglutina varios elementos caros a su bibliografía: el melodrama heredado de las radionovelas que tanto le gustaban de joven (evidenciado a través de su libro autobiográfico ficcionado titulado como La Tía Julia y el Escribidor); la ambientación realista de sus historias poniendo énfasis en caracterizar el pasado inmediato; el tema del crecimiento personal a través de las vivencias y las personas que lo llegan a marcar a uno; y, por último, la valoración de la amistad como fuente inagotable de historias y pilar fundamental en la vida del ser humano.
     El libro comienza en los años de la adolescencia de su protagonista masculino.  En estas páginas se describe el despertar a la sexualidad en el entorno del entonces muchacho, que si bien estamos hablando de flirteos donde vale más el coqueteo que la consumación del acto sexual (claramente estamos hablando de otros tiempos),  si se trata de un cambio significativo a la hora de evidenciar el desarrollo emocional de quien despierta al interés por el otro género.  Es a partir de este momento que llega el gran amor de su vida, en la figura una chica experta en el engaño y la mentira, a la que pese a todo adora con todo su ser; con posterioridad tras el pasar de los años, en cada reencuentro, el protagonista masculino buscará conquistar su rebelde corazón, a lo largo de todo el tiempo en el que transcurre esta historia.

     “Entonces, la reconocí. Había cambiado mucho, por supuesto, sobre todo su manera de hablar, pero seguía manando de toda ella esa picardía que yo recordaba muy bien, algo atrevido, espontáneo y provocador, que si traslucía en su postura desafiante, el pechito y la cara adelantados, un pie algo atrás, el culito en alto, y una mirada burlona que dejaba a su interlocutor sin saber si hablaba en serio o bromeando. Era menuda, de pies y manos pequeños y unos cabellos, ahora negros en vez de claros, sujetos con una cinta, que le llegaban a los hombros. Y aquella miel oscura en sus pupilas.”

      Tal como dice el dicho, los opuestos se atraen, ya que los enamorados no pueden ser más diferentes entre sí, al punto de que mirado desde cierta perspectiva viene a ser el varón quién en realidad ama con todo su ser, mientras que la dama nunca llega a abrazar la entrega total por el otro.  En este sentido bien se podría decir que lo papeles se invierten en la obra, de lo que ante un visión sexista se esperaría de la supuesta conducta de cada género en un romance: Ya que acá es el varón el emocional y quien cede a los caprichos de su objeto amoroso, pese a que los acontecimientos nos dicen que no vale la pena amarla con tal intensidad; puesto que en cambio la fémina, se comporta como alguien  más bien pragmático y que utiliza a los hombres para escalar hacia su idea de la realización personal (en otras palabras, es lo que muchos llamarían una perra o una zorra, ya que al parecer es incapaz de corresponder a su “príncipe azul” y hace lo que quiere con él). En todo caso este tipo de personajes femeninos, que juegan con aquellos a los que seducen, es ya todo un leiv motiv en la literatura y claramente viene del Romanticismo, a través del estereotipo de la femme fatale (de hecho, tal como la palabra viene de un concepto francés, buena parte de la historia transcurre en Francia, específicamente en París, donde la Niña Mala hace y deshace a su antojo y luego lleva su juego a otras latitudes del mundo).


      Teniendo en cuenta que esta novela comienza en plenos años cincuenta, un periodo más o menos tranquilo para el convulso Perú, luego se traslada a la época de la Revolución Comunista y de los hippies en los sesenta, cuando los protagonistas están entrando en la segunda década de su vida.  Es aquí que el Vargas Llosa cronista de un periodo importante del pasado inmediato, nos transporta a este mundo lleno de contrastes, con sus ideologías rupturistas e idealismos.  Teniendo en cuenta que el propio autor en su juventud abrazó el marxismo y luego terminó por desencantarse de este (tal como nuestro escritor nacional Roberto Ampuero), no deja de faltar una mirada ácida hacia los defensores de todo esto; y sin embargo, aun así es capaz de entregarnos a uno de esos tantos personajes carismáticos heroicos a su manera, en la figura del amigo revolucionario que conoce en París el narrador-protagonista (siendo este el primero del importante desfile de amistades que le conoceremos, a lo largo de los distintas etapas de su vida que nos cuenta en estas páginas). 
     La historia de Perú, la misma patria del novelista (también con una destacada carrera política en dicha nación), también tiene su lugar en el texto.  Pues acá vamos conociendo los vaivenes por los que pasa el otrora poderoso imperio inca, ahora sometido a los avatares producidos por los poderes fácticos tal como bien ha pasado en muchos países latinoamericanos a partir de la segunda mitad del siglo XX.  Luego, se puede leer entre líneas la propia posición de Vargas Llosa frente al destino de su cuna y en especial con los hombres que han ostentado el control de la nación. 
     Cada capítulo de la novela hace referencia a la valiosa fraternidad que se describe en dichos apartados, siempre tratándose de una persona caracterizada como alguien diferente a quien le precedió y pese a todo verdaderos ejemplos de personas nobles y leales (a falta del amor de una mujer gentil, buenas son las amistades de gente notable).  Es así que luego del revolucionario, nos encontramos con un hippie artista (un pintor para ser más precisos) un intérprete políglota, un matrimonio con un hijo adoptado vietnamita supuestamente mudo y una bella muchacha diseñadora de escenarios para obras teatrales; a cada uno de ellos se le dedica un capítulo especial y en el que se profundiza en el papel de todos estos en la vida del eterno enamorado de la llamada Niña Mala, convirtiéndose sin dudas en parte esencial del crecimiento personal de este hombre.  Las 3 primeras relaciones amistosas terminan en tragedia, que buena parte de la novela está llena de ese tono doloroso propio de las grandes historias de amor que tanto quiso honrar Vargas Llosa; sin embargo, las dos últimas demuestran que en la vida también hay alegría, pese a las desdichas, puesto que el amor (que tiene muchas formas) siempre resulta ser mucho más poderoso que las barreras que nos ponemos a nosotros mismos y logra subsanar cualquier cosa.  
      Otro elemento destacable en la novela viene a ser su marcado erotismo, relacionado, por supuesto, con cada uno de los encuentros entre ambos amantes.  Por lo tanto la narración se detiene bastante en ello, algo que por lo que tengo entendido ya había estado presente en anteriores libros de su autor y que aún no leo, correspondientes a Elogio de la Madrastra (1988) y Los Cuadernos de Don Rigoberto (1997).  Y sin embargo, pese a la personalidad utilitarista de la mujer, queda claro que es través de su entrega al Niño Bueno, que se manifiesta incluso en la carnalidad del acto sexual su verdadero afecto hacia este.

      
        “Y, sin más, con la misma naturalidad con que hubiera encendido un cigarrillo, abrió las piernas y se tendió de espaldas, con un brazo sobre los ojos, en esa inmovilidad total, de concentración profunda en que, olvidándose de mí y del mundo circundante, acostumbraba sumirse a esperar su placer. Tardaba siempre mucho en excitarse y terminar, pero esa noche tardó todavía más que de costumbre, y, dos o tres veces, con la lengua acalambrada, debí parar unos instantes de besarla y sorberla. Cada vez, su mano me amonestaba, tirándome de los cabellos o pellizcándome la espalda. Al fin, la sentí moverse y oí ese ronroneo suavecito que parecía subirle a la boca desde el vientre, y sentí el encogimiento de sus miembros y su largo suspiro complacido. «Gracias, Ricardito», murmuró. Casi de inmediato, se quedó dormida. Yo estuve desvelado mucho rato, con una angustia que me estrujaba la garganta. Tuve un sueño difícil, con pesadillas que al día siguiente apenas recordaba.”

       Asimismo no se puede dejar de mencionar la presencia de un oscuro amante en la vida la Niña Mala, quien siguiendo los parámetros maniqueos es graficado como un ser repulsivo en todo orden (física, psicológica y espiritualmente).  No obstante una persona tan desbalanceada como la protagonista, en vez de aceptar el amor incondicional de su amante de años, opta por convertirse en una posesión más de este pelafustán; con ello se evidencia más sin duda aquello de que “El Corazón del hombre es un camino pedregoso”  (parte de un diálogo de la adaptación fílmica de Cementerio de Animales de Stephen King y que la verdad no sé si aparece como tal en la novela, que solo la leí de adolescente).  El descenso a los infiernos por el que pasa la dama recuerda al de las viejas historias grecolatinas, luego interviniendo su eterno amante, quien como el Orfeo del mito, baja al mundo de sus miserias para rescatarla.  La verdad es que la Niña Mala no es alguien malvado, pese a la forma de cómo utiliza y luego desecha a los que han caído en sus redes, pero teniendo en cuenta más que nunca estos antecedentes y lo que pasa luego de su “caída”, cuesta simpatizar con ella (conocida es la admiración del autor hacia la obra maestra de Gustave Flaubert, titulada Madame Bovary, a la que le dedicó un famoso ensayo; es así que se podría decir que Travesuras de la Niña Mala es su homenaje a esta obra más antigua, al convertir a su Niña Mala es una especie de encarnación de esta mujer materialista y egoísta).
      Tampoco se puede dejar de lado la relevancia que se le da en la novela a la familia, como otro importante cimiento en la vida de los seres humanos.  Ello se presenta a partir de figuras como la tía que acoge a tierna edad al protagonista, luego de la accidental muerte de sus padres; con posterioridad aparece un tío con el cual llega a entablar un estrecho lazo, ya en su adultez; y, por último, nos encontramos con la intervención de un sobrino, ahora en su madurez…Cada uno de estos les dan otra muestra al Niño Bueno, de que no está solo en el mundo.  De igual manera la familia compuesta por sus dos amigos y el niño mudo, dan otras muestras del poder que hay en tan importante institución, donde no es la sangre lo que une a la gente, sino que la devoción y la comunicación entre sus miembros.  Es por esto mismo, que cuando para impacto del narrador-protagonista y de los lectores aparece nada menos que el padre de la Niña Mala, queda claro que alguien sin raíces como ella, es obviamente alguien incompleto e infeliz.
        El emotivo final de esta obra es sin dudas memorable, quizás “cebollero”, aunque, sin dudas, va en consonancias con el tono melodramático con el que quiso insuflar a su novela Mario Vargas Llosa.




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